Era una tarde fría de invierno, cuando el sol bañaba con sus últimos rayos la espesa capa de nieve. Las ramas de los árboles, cubiertas de escarcha, se alzaban hacia el cielo como delicadas joyas de hielo. El aire estaba impregnado de un silencio profundo, solo interrumpido por el crujir de los pasos de Alicia sobre la superficie helada. En ese paisaje invernal, las casas parecían refugios acogedores, con humo saliendo de las chimeneas y luces cálidas brillando en las ventanas. Los niños se abrigaban con bufandas y guantes, riendo mientras construían muñecos de nieve en los jardines. Los pájaros, que habían permanecido ocultos durante la noche, ahora revoloteaban en busca de migajas de pan.
Alicia iba deshilachando con calma el enmarañado nudo de pensamientos que se habían ido posando a lo largo del día en su cabeza. Sus pasos eran acompasados, las manos en los bolsillos y los ojos mirando sin ver, fijos en el adoquinado de la acera. A su paso por el parque, que cruzaba todos los días de camino al trabajo, un leve sonido activó a su ocupado cerebro, un débil sonido procedía de alguna parte. Desviándose de su camino, aguzando bien el oído, fue en su busca. Se fue internando poco a poco en el parque, sus botas crujían sobre la nieve fresca. El sonido, apenas audible, la guiaba como un hilo invisible a través del laberinto de árboles y arbustos helados. El parque, usualmente bullicioso, parecía un reino encantado, sumido en el silencio invernal. Finalmente, tras un arbusto cubierto de escarcha, Alicia encontró la fuente del débil sonido: un pequeño erizo, aparentemente desorientado y asustado. Se agachó lentamente y extendió su mano, permitiendo que el erizo se acostumbrara a su presencia. Después de unos momentos, el pequeño animal se relajó y permitió que lo recogiera.
Al llegar a casa, Alicia puso un viejo maletín ajado en la mesa, lo abrió y desapareció dentro de el con el erizo en la mano. Apareció dentro del claro en el corazón del bosque. Allí, entre árboles gigantes y flores luminosas, se encontraba el hábitat mágico. Era un lugar de una belleza indescriptible, donde los animales vivían en armonía y la magia fluía libremente. Dejó a Gus Gus en el suelo que al ver su nuevo hogar, se sacudió con alegría y miró a su rescatadora con un brillo en sus ojos. De repente algunos animales, vinieron a dar la bienvenida a su nuevo amigo.
— Aquí estarás a salvo, pequeño— susurró—.
Gus Gus, asintió con la cabeza y se interno el el bosque con sus nuevos compañeros. Alicia se giró y empezó a subir por la escalera con una mezcla de tranquilidad y alegría a dejar a su nuevo amigo a salvo en aquel paraje mágico, regresando de nuevo al mundo humano.
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