Lazarus

Era la primera vez en mucho tiempo que no amanecía nublado, el sol empezaba a alzarse sobre el bosque y los pájaros comenzaban a entonar las primeras melodías. La brisa, a primera hora de la mañana, era fresca, llevando consigo un olor a hierba muy agradable. Por el cielo surcaban algunas nubes que viajaban perdidas como zepelines de algodón blanco. Lazarus contemplaba este espectáculo desde la ventana de la cocina mientras apuraba luna taza de café. —Va a hacer una mañana espléndida— dijo. Tenía la mochila con todo preparado al lado de la puerta, se la puso al hombro y cogió el bastón. Estaba preparado para una larga caminata. Se paró en el umbral e inspiró llenando de aire limpio sus pulmones. — Estoy listo — dijo en voz alta, esbozando una sonrisa. 

Comenzó a caminar sin pensar en las huellas que dejaba atrás. Una suave brisa le iba obsequiado con los olores procedentes del bosque; el cantar de los pájaros se mezclaba con el mecer de los árboles y poco a poco el bosque iba haciendo acto de presencia. En la linde, Lazarus decidió tomar un descanso, pues el lugar donde quería ir se tornaba lejano y no le apetecía poner en jaque sus fuerzas tan pronto. Un sin fin de colores armonizaban el horizonte, el verde intenso salpicado por las flores silvestres se fundía con el azul claro del cielo en la lejanía, miles de pensamientos desfilaban por su cabeza y cuando se sintió listo para continuar se puso en pie y reanudó la marcha. Los rayos del sol se colaban tímidamente entre las copas de los árboles, los ratones de campo correteaban por los troncos colándose por los huecos que dejaba la corteza y el cantar de los pájaros fue sustituido por el sonido lejano del río. 

Tras una hora de viaje, donde el camino en ocasiones se tornaba esquivo y las raíces dificultaban el paso, río arriba, se encontraba un viejo barco. Qué hacía en el corazón del bosque era un misterio que no le importaba lo más mínimo, pero lo que si le preocupa era su aspecto actual, ya que a causa del paso del tiempo y el abandono, se encontraba en mal estado. Lazarus deseaba restaurarlo y navegar con él, pero el caudal no era el de antaño, y remolcarlo por el bosque era tarea prácticamente imposible. 

No era la primera vez visitaba aquel lugar, desde que lo descubrió hace dos primaveras, se acercaba sobre todo a hacer pequeñas labores de mantenimiento. Con gran tristeza se daba cuenta que a pesar de sus esfuerzos no conseguía frenar, el progresivo deterioro la embarcación. Siempre en aquel remanso de paz de gustaba imaginar que intrépidas aventuras había vivido aquel barco y quien era su tripulación. A menudo se veía como capitán abordo de aquel barco, surcando los océanos y acometiendo grandes empresas. 

Ya de vuelta a la realidad en el calor del hogar, Lazarus comprendido que eso no pasaría. No viviría aventuras, no saldría de aquel lugar, estaba condenado a vivir ahí. Lo que había empezado como una mañana esplendida, se había convertido en un día gris. 



Share: