Presenciar esa escena fue demasiado para su torturado cerebro. Después de la revelación, Malcom se quedó paralizado unos instantes, poco a poco fue volviendo en sí. Sabía que tenía que salir de ese lugar, pero no sabía cómo iba a poder hacerlo, pues estaba demasiado cansado para recordar el camino de salida. Al rato de estar sentado, cayó en la cuenta de cómo había llegado, así que cogió la antorcha y salió de la tribuna donde se encontraba, no se podía quitar las palabras de la niña de la cabeza, sabía que si no salía pronto de ahí correría la misma suerte de aquél hombre del altar.
Comenzó a desandar el camino, una cosa le preocupa, no escuchaba ningún ruido y eso le aterraba. Llego a la habitación de los libros antiguos, pero pasa su sorpresa la estancia estaba vacía, el mobiliario que había visto momentos antes ya no estaba, ni los ejemplares antiguos, no había nada. De repente un escalofrió sacudió todo su cuerpo, alguien le estaba llamando.
—Malcom, Malcom —susurró la niña suavemente.
— ¿Quién eres? —dijo, Malcom, débilmente.— ¡No puede ser! —exclamó, teniendo la certeza de que cuando la encontró ya no respiraba—. ¿Qué quieres de mí?
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