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Mes 5: El Manantial de la Esperanza

En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivía una joven llamada Elena. Desde niña, había soñado con explorar el mundo más allá de su hogar, y saber que se escondía detrás de aquellas formaciones rocosas. Sin embargo, las circunstancias siempre parecían conspirar en su contra. Su familia era humilde y apenas lograban subsistir con lo que cultivaban en su pequeña parcela de tierra; el pasto era escaso, y los rebaños tenían que andar largas distancias para poder ser alimentados. La vida en el pueblo no era fácil para ninguno de sus habitantes que veían con tristeza, como algunos lugareños salían en busca de una vida mejor. 

Un año, la mala suerte se cebó con aquel lugar, y una terrible sequía, como nadie recordaba, azotó el pueblo sumiéndolo en la desesperación. Las cosechas se marchitaron; el poco pasto que había para el ganado desapareció. Ante tal panorama, Elena se negó a rendirse, y comenzó a sumergirse en las historias, sobre un antiguo manantial escondido en las montañas, que le contaba su abuela. Era un lugar que según la leyenda cuyas aguas tenían el poder de devolver la vida a la tierra. << ¿Y si lo que contaba mi abuela es cierto? >> Pensaba, mientras se mesaba su larga melena. 

Sin ningún atisbo de duda se puso en pie, decidida a encontrar el manantial. Elena emprendió un arduo viaje a través de las montañas, y aunque estas eran traicioneras y el camino estaba lleno de obstáculos, su determinación era inquebrantable. Y durante cinco días y cuatro noches, recorrió ese paraje inhóspito lleno de animales salvajes. El quinto día era especialmente caluroso, y el calor que emanaba la roca era insoportable, ya extenuada, un golpe de suerte sorprendió a Elena que divisó una cueva en la ladera de una montaña. Decidió refugiarse allí para resguardarse del calor, pasar la noche y recobrar fuerzas. Al entrar, descubrió que no estaba sola. Un anciano de aspecto sabio y rostro amable la observaba. Sus  ojos parecían haber visto mil historias, y con tranquilidad, alzando la cabeza se dirigió a ella.

—Bienvenida, viajera—dijo el anciano, con una voz que resonaba en la cueva como un eco del pasado—. He visto tu determinación y sé lo que buscas. El manantial está cerca, pero necesitas algo más que fuerza para hallarlo.

Elena, sorprendida y agradecida por la hospitalidad, escuchó atentamente mientras el anciano le enseñaba valiosas lecciones sobre la naturaleza y el equilibrio del mundo. Le mostró cómo leer las señales del entorno y cómo mantener la calma incluso en los momentos más difíciles. Muy agradecida se despidió del anciano y al amanecer del sexto día, partió con renovada energía y sabiduría. Seguía los consejos del anciano, y guiada por su intuición, supo escoger caminos menos obvios, pero más seguros. Al llegar el séptimo día, sus esfuerzos fueron recompensados. Encontró el manantial escondido en un pequeño claro, rodeado de flores que brillaban como joyas bajo la luz del sol, el aire que se respiraba era puro y los animales se acercaban con una mezcla de confianza y seguridad. 

Elena se acercó lentamente al agua, con un aire ceremonial, se arrodilló y llenó su cantimplora con  agua cristalina, y el corazón se llenó de esperanza. Una vez de pie y con paso decidido emprendió el camino de regreso al pueblo, sabiendo que la lucha aún no había terminado, pero con la certeza de que ahora llevaba consigo el poder de cambiar el destino de su hogar. Al llegar, vertió el agua sobre la tierra seca. Milagrosamente, brotaron verdes retoños casi al instante, y las plantas volvieron a florecer. La alegría y la gratitud de los habitantes fueron inmensas. El pueblo renació, y con él, la esperanza.

 


 
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Mes 4: El Reloj de los sueños

Existía un sitio remoto de una ciudad donde el bullicio parece detenerse; rodeado de calles estrechas iluminadas tímidamente por faroles antiguos, se encuentra una tienda de antigüedades llamada: "El Reloj de los sueños". Está situada en una esquina donde las fachadas de los edificios muestran el paso del tiempo. De los balcones de hierro forjado, las flores situadas en las jardineras, impregnan el arie con su aroma que unido al sonido de una fuente cercana, dotan al lugar de paz y tranquilidad. Las tiendas que rodean “El Reloj de los Sueños” son igualmente pintorescas, con escaparates exhibiendo todo tipo de artesanías locales y libros antiguos. En las noches la luz de los faroles, dibujan sombras danzantes sobre los adoquines creando un ambiente mágico y nostálgico. Haciendo que el tiempo se detenga, permitiendo a los visitantes perderse en sus pensamientos y en la belleza de lo antiguo. 

El local lo regentaba el señor Martínez. Era un hombre mediana edad, con una presencia tranquila y acogedora. El cabello ya lucia gris, mientras que los ojos reflejaban una sabiduría adquirida a lo largo de los años. Siempre vestía con elegancia, los trajes estaban bien cuidados y un sombrero que le otorgaba un aire distinguido. Era conocido tanto por su amabilidad, como por su disposición a escuchar a los demás. Poseía una voz suave y calmada, lo que hacía que conversar con él fuera una experiencia agradable a la ver que enriquecedora. 

Al entrar al establecimiento, un suave  tintineo de campanas recibe a los  clientes, el ambiente estaba impregnado con el aroma de madera antigua y libros viejos. Las estanterías se encontraban por todas partes albergando todo dipo de objetos curiosos como relojes de péndulo, cajas de música, porcelanas delicada, muebles de épocas pasadas... En el centro de la tienda, había una gran mesa de roble donde estaban expuestos los artículos más preciados, cada uno con una etiqueta escrita a mano que contaba su historia. Las vitrinas de cristal mostraban joyas antiguas y relojes de bolsillo, brillando bajo la luz cálida de las lámparas de araña.

El Reloj de la entrada no funcionaba como los demás, ya que no marcaba ni las horas ni los minutos, sino los sueños. Cuando alguien entraba en la tienda, comenzaba a girar lentamente señalando con sus agujas imágenes en lugar de números. Cada una de ellas representaba un deseo, una esperanza o un anhelo profundo. Cuando entraba un cliente el señor Martínez le recibía con una sonrisa y los guiaba hacia el reloj. 

—Mira con atención —decía. —Tu sueño está ahí, esperando ser descubierto.

Era una tarde lluviosa cuando una joven llamada Sofía entró en la tienda, sus ojos brillaban con tristeza y su cabello estaba empapado por la lluvia. El amable dependiente la condujo al extraño artefacto y le apremió a que mirara las imágenes. 

—¿Qué significan?  —preguntó Sofía. El anciano sonrió.  —La rosa representa el amor verdadero que buscas, el libro es la sabiduría que necesitas para encontrarlo. Y la llave… la llave abre la puerta hacia tu destino.

Sofía salió de la tienda con las palabras del anticuario rondando por su cabeza. Durante semanas, intentó seguir las pistas del reloj sin éxito. Hasta que un día, mientras paseaba por el parque, encontró una rosa roja en un banco, y junto a ella, había un libro abandonado. Al abrirlo, descubrió una carta de amor escrita hace décadas. La firma llevaba el nombre de un hombre que ya no estaba en este mundo.

Sofía prosiguió con su investigación y descubrió que aquel hombre había sido el dueño de la tienda de antigüedades en su juventud, había amado profundamente a una mujer pero nunca pudo decírselo. La llave dorada, según la leyenda, estaba escondida en algún lugar de la ciudad. La idea de encontrar la llave la obsesionada, recorrió calles, parques, edificios... Llegó hasta el último rincón de la ciudad. Hasta que una noche bajo la luna llena, encontró una puerta antigua en un callejón estrecho. De repente, como por arte de magia, la llave dorada apareció en un bolsillo de la chaqueta, la sacó y descubrió que la llave encajaba perfectamente en la cerradura, y al giro la puerta se abrió lentamente.

Detrás de ella, Sofía encontró un jardín secreto, donde las rosas rojas florecían en todas partes, y en el centro, un anciano con ojos cansados la esperaba. Una mezcla de extrañeza y espectación indundo su cuerpo, cuando al acercarse distinguió la figura del señor Martínez. 

—Has encontrado tu sueño —dijo. —El amor verdadero está aquí, en este jardín. Pero ten cuidado, Sofía. El tiempo es frágil en este lugar. No puedes quedarte para siempre.

Sofía miró al anciano y sonrió, asintiendo levemente con la cabeza. Con la certeza que ese era el lugar donde quería estar, ya que sabía su felicidad se encontraba su felicidad. Al cabo de mucho tiempo, el reloj de los sueños dejó de girar, dejando que su magia permanecerá en el corazón de quienes creían en los deseos y las esperanzas que un día atesoró.



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Mes 3: La Mujer de la Litera

En medio del campo, rodeada de extensas praderas, se erguia una casa solitaria de estructura antigua castigada por el paso del tiempo. Sus paredes de piedra estaban cubiertas de musgo y enredaderas, dándole un aspecto fantasmal. Las ventanas de madera tampoco se habían librado, algunas presentaban desperfectos serios, otras estaban cubiertas de polvo, y parecían ojos vacíos que obserbaban imperturbables el vacío de la noche. El techo, inclinado, poseía alguna claraboya que permitía pasar la luz de la luna, creando sombras chinescas en el interior. La puerta principal que estaba construida de madera noble, y tenía las bisagras oxidadas, haciendo que crujiera  ominiosamente cada vez que se abría.

En el interior, el aire era denso y frío, impregnado el lugar de un olor a humedad y descomposición. El suelo de madera crujía a cada paso nervioso que daba Andrés, ya que pensaba que ese lugar guardaba oscuros secretos. Las paredes estaban decoradas con viejos retratos de personas cuyos ojos parecían seguirte a donde fueras, aumentando la sensación de ser observado. La casa en su conjunto, emanaba una sensación de abandono y tristeza, como si guardara en sus entrañas historias de tiempos pasados y secretos que nunca debían ser revelados.

Eran las 11 de la noche cuando Andrés dormía profundamente en la parte de abajo de la litera de su habitación. La noche era oscura y silenciosa, solo el susurro del viento hacía mecer los árboles, lo que contribuía con su música a que el sueño fuera placentero. Esa sensación se fue desvaneciendo mientras las horas pasaban, haciendo que el sueño se volviera cada ves más agitado. De repente, Andrés abrió los ojos, en la atmósfera reinaba una sensación inquietante, tapado hasta los ojos observa como el picaporte de la puerta se gira y con un leve crujido, la puerta se abre, apareciendo una mujer con el rostro oculto por su largo cabello negro y enmarañada. Estaba vestida con un camisón blanco, aunque lo que más llamó la atención de nuestro protagonista, eran que sus pies estaban agrietados y ensangrentados. 

La mujer comenzó a moverse lentamente hacia la litera, Andrés paralizado por el miedo, sin apartar la vista de ella, intentó emitir un grito dándose cuenta que por su garganta no salía ningún sonido. A cada paso que daba, la madera del suelo crujía bajo su peso, cuando su pie se posó en el primer peldaño de la escalera de la litera, un frío helado recorrió el cuerpo del inquilino de abajo. 

Cuando la mujer iba a subir al segundo peldaño, se detuvo y dirigió una mirada a Andrés, este pudo observar como las cuencas de los ojos estaban vacías y negras, pudiendo notar como su futuro se tronaba oscuro. 

El corazón de Andrés latía violentamente en el pecho, mientras sacudía la cabeza tratando de convencerse que estaba en un sueño, pero cuando dirigío la mirada en dirección hacia la escalera,  pudo observar las huellas oscuras y sangrientas que la mujer había dejado. Entonces fue cuando el terror se apoderó de él al darse cuenta de que lo que había soñado no era un producto de su imaginación.



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Mes 2: Carla Y El Ruiseñor

Carla se sentía afortunada mientras el sol acariciaba su piel. Las flores en el jardín se encontraban en plena floración, el aire transportaba las dulces fragancias mientras ella estaba sentada en una silla de mimbre junto a la fuente. Cerró los ojos, y dejó que los rayos cálidos del sol la envolvieran. El suave murmullo de la fuente la relajaba, y por el momento, todo parecía perfecto. De repente, un pequeño pájaro de plumas azul brillante, comenzó a emitir un gorjeo melodioso. Al abrir los ojos, descubrió que se había posado en el borde de la fuente, y le dirigió una mirada cómplice, tenía la extraña sensación de que la diminuta ave estaba compartiendo su tranquilidad con ella.

El pequeño ruiseñor continuó cantando, llenando a través de su melodía aquel jardín con una dulzura que Carla nunca había experimentado antes. Se preguntó si aquella ave estaba tratando de comunicarse con ella de alguna manera. <<¿Quizás tenga algún un mensaje para mí?>>, pensó. Y procurando no hacer ningún movimiento brusco, se levantó y se acercó. Extendió la mano con cuidado, pues no quería espantarlo, y tal  fue su asombro cuando este saltó y se posó sobre su dedo. Sus ojos se encontraron, y Carla sintió una conexión especial con el pequeño ser alado. “Gracias por este hermoso día”, le susurró al ruiseñor, el cual respondió  inclinando la cabeza como si entendiera sus palabras.

Carla pasó el resto de la mañana en el jardín, disfrutando de la compañía su nuevo amigo, y rodeada por el mural que formaban todas aquellas flores, que  de manera ritual, daban la bienvenida a la primavera. Ante esa bonita estampa, se prometió a sí misma que volvería a este lugar siempre que necesitara un poco de paz y alegría. Las visitas al jardín se hicieron constantes a lo largo de las semanas. Cada día, Carla se sentaba en su silla de mimbre junto a la fuente, el ruiseñor la esperaba en el borde, y juntos compartían momentos de tranquilidad y alegría. A veces, se llevaba un libro y se sentaba junto a él, leyendo multitud de historias en voz alta, mientras que su compañero escuchaba atentamente. 

Pronto la pequeña ave se convirtió en su confidente silencioso, formándose  un vínculo entre ellos que trascendía las palabras.  Así pasaron los días de primavera, en los que aquel jardín se convirtió en su refugio, donde los rayos del sol y el canto de los pájaros la llenaban de felicidad.



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Mes 1: Dibujos En Un Día Gris

El día empezaba a tornarse gris a lo largo de la tarde. En pocos minutos, las nubes cubrían el cielo como un manto de algodón oscuro, creando una ligera capa de llovizna que caía sobre la ciudad, formando pequeños charcos en las aceras. El aire estaba impregnado de un aroma a tierra mojada, y el sonido de las gotas de lluvia repiqueteaba contra las ventanas era casi hipnótico. La gente caminaba apresurada, con paraguas en mano, buscando refugio en los portales de las tiendas o bajo los aleros de los edificios. Mientras tanto, en una pequeña cafetería situada en la esquina de la avenida principal, un chico y una chica estaban sentados frente a frente, compartiendo una mesa junto a la ventana. La luz tenue del local creaba un ambiente acogedor que contrastaba con la melancolía del exterior, un agradable aroma a café inundaba la estancia, y la conversación era agradable. Había pasado más de una hora, cuando hizo acopio el poco valor que era capaz de reunir a pesar de su timidez, y con una mezcla de nerviosismo y entusiasmo sacó una carpeta de su mochila. En sus manos se podía apreciar un ligero temblor mientras la abría, revelando una serie de dibujos cuidadosamente guardados. 

En los ojos de ella se apreciaba cierta curiosidad a la vez brillaban con interés, preguntándose qué historias se escondían detrás de esos trazos de lápiz y tinta. El chico respiró profundamente, pues estaba apunto de revelar una parte de su mundo interior nunca antes había mostrado a nadie. Instantes antes de mostrarle los dibujos, levantó la vista y encontró la mirada de la chica. 

—Espero que te gusten —dijo con una sonrisa tímida.

Su acompañante asintió ansiosa por descubrir las maravillas que él había creado. La joven observaba aquellos dibujos con gran detenimiento, daba la impresión que las líneas trazadas con tinta negra sobre el papel blanco la transportaban otro mundo. Rápidamente se dio cuenta de que cada imagen que veía  pertenecía a una  posible vivencia experimentada por él.

En el primer dibujo, se apreciaba un bosque que daba la impresión de estar encantado, con árboles retorcidos y hojas parecían susurrar secretos al viento. Ella podía sentir la frescura del aire y el crujir de las ramas bajo sus pies mientras exploraba ese lugar mágico. Sin embargo, el segundo dibujo mostraba un barco navegaba por un mar tormentoso, donde las olas se alzaban amenazantes, y el capitán mantenía la mirada firme en el horizonte. La chica estaba convencida que esas aguas agitadas revelaban algo más que no había querido plasmar, cosa que aumentaba su curiosidad. El último dibujo era el mas íntimo de los tres, pues representaba a dos personas sentadas en un banco del parque, bajo unos árboles que anunciaban el otoño, mientras se apreciaba a los protagonistas compartiendo risas y miradas cómplices. Al instante sus labios esbozaron una leve sonrisa al ver aquella pintura, pues tenía la esperanza de que algún día encontraría a alguien con quien compartir momentos así, aunque todavía no era consciente de que ya lo había encontrado. 

Transcurrido un tiempo los nervios en el chico eran más que patentes, pues esperaba impaciente su reacción. Muchas preguntas viajaban por su cabeza: ¿Qué pensará de mis sus dibujos? ¿Le gustarán? ¿Le harán sentir algo especial? ¿Estaré haciendo el ridículo? En este lapso de tiempo, pensó en recoger la carpeta y salir corriendo, pero algo le frenó. Pasados unos minutos la chica finalmente alzó la vista y en busca de los ojos de su expectante acompañante. 

—Tus dibujos son hermosos —dijo con sinceridad; Cada uno cuenta una historia diferente, y me gustaría saber la historia completa. 

Estas palabras tranquilizaron al artista, y con una confianza digna de mención, sonrió y comenzó a contar la historia. Pasó el tiempo mientras compartían sus pasiones, sus sueños... Siendo el germen de una bonita amistad. Así, con el paso de los meses, su conexión se transformó en algo mas profundo. Juntos exploraron nuevos horizontes, enfrentaron desafíos y celebraron alegrías, y en medio de los días grises y soleados, fueron tejiendo su historia con hilos de confianza, risas y amor.



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