“Ni tú, ni yo, ni
nadie golpea más fuerte que la vida, pero no importa lo fuerte que
golpeas, sino lo fuerte que pueden golpearte. Y lo aguantas mientras
avanzas. Hay que soportar sin dejar de avanzar...”
Rocky Balboa
La vida al principio es
alegría y color, los problemas se solucionan solos, no existen las
obligaciones, se cometen errores y no hay consecuencias. En
definitiva, gozas de protección. Hay un poema que empieza: “Que la
vida iba en serio, uno lo empieza a comprender más tarde.” Llegado
a este punto no hay retorno: empiezas a observar que el mundo es un
lugar frío y cruel que, por muy duro que seas, es capaz de
derrotarte si no se lo impides.
No es del gusto de nadie
estar caminando continuamente sobre arenas movedizas. Das un paso en
falso y ya estás atrapado, las cosas comienzan a ir mal. Cuanto más
empeño pones en salir, más te hundes. Las soluciones que se te
ocurren no sirven y empiezas a derrumbarte. ¿Qué sucede entonces?
Pierdes la esencia; te aíslas; te alejas de una posible ayuda; Dios
te parece un traidor; sientes que las personas que te quieren te han
dejado solo. Estas perdido, no sabes que hacer. Rendirte parece una
opción factible que a la larga no aporta nada. Esa es la peor
decisión que puedes tomar.
En esta vida tirar la
toalla no está contemplado, somos luchadores por excelencia, nada
puede derrotarnos si estás dispuesto a luchar. Los problemas son,
por ejemplo: el típico matón de colegio. En cuanto le plantas cara,
te dejas ayudar y comprendes que Dios, tu familia, tu novio o novia y
tus amigos, no son tus enemigos, si no que eres tú, la batalla está
ganada.
Si tus soluciones no
sirven, no desesperes conserva la calma. Con valor, con la fuerza que
posees en tu interior para sostenerte a ti mismo, y a los que están
a tu alrededor. Tus esfuerzos serán recompensados. Siempre hay
esperanza. Como dijo Napoleón: “La palabra imposible no existe en
mi vocabulario”