Presenciar
esa escena fue demasiado para su torturado cerebro. Después de la revelación,
Malcom se quedó paralizado unos instantes, poco a poco fue volviendo en sí.
Sabía que tenía que salir de ese lugar, pero no sabía cómo iba a poder hacerlo,
pues estaba demasiado cansado para recordar el camino de salida. Al rato de
estar sentado, cayó en la cuenta de cómo había llegado, así que cogió la
antorcha y salió de la tribuna donde se encontraba, no se podía quitar
las palabras de la niña de la cabeza, sabía que si no salía pronto de ahí
correría la misma suerte de aquél hombre del altar.
Comenzó a desandar el camino, una cosa le preocupa, no escuchaba ningún ruido y eso le aterraba. Llego a la habitación de los libros antiguos, pero pasa su sorpresa la estancia estaba vacía, el mobiliario que había visto momentos antes ya no estaba, ni los ejemplares antiguos, no había nada. De repente un escalofrió sacudió todo su cuerpo, alguien le estaba llamando.
—Malcom, Malcom —susurró la niña suavemente.
— ¿Quién eres? —dijo, Malcom, débilmente.—Siento que
no me recuerdes —respondió con tono triste—. Estaba jugando en el bosque cuando
algo me alcanzó. ¿Recuerdas?
— ¡No puede ser! —exclamó, teniendo la certeza de que cuando la encontró ya no respiraba—. ¿Qué quieres de mí?
— ¡No puede ser! —exclamó, teniendo la certeza de que cuando la encontró ya no respiraba—. ¿Qué quieres de mí?
—Simplemente
que des cuenta de tus actos —contestó la niña, con una sonrisa perturbadora.—Dejamé en
paz, ¡Quiero Vivir! —manifestó, Malcom con la voz quebrada, con la esperanza de
poder salir de allí.
— ¿Vivir?-
rió-. Pero si tú ya estás muerto.

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