Cuando la aldea comenzaba a despertarse, yo ya llevaba un rato en píe; las pesadillas carmesí habían alterado mis sueños durante toda la noche. Con tranquilidad me preparé el desayuno y me senté en la mesa. Mientras daba sorbos a la taza de té, la idea de volver a mi cabaña me reconfortaba. Me encontraba preparando el equipaje cuando el herrero me mandó llamar. Mi nueva armadura estaba lista; con gran habilidad había fundido el cuarzo con el oro, otorgando a cada pieza una dureza superior. Ya fuera de la herrería, recogí las provisiones que me preparó el agricultor; agradecí la hospitalidad y la ayuda a la curandera; y despidiéndome del anciano con un gesto cordial. Guíe mas pasos hacia el sur.
El sendero, aunque me resultaba familiar, lo veía con ojos diferentes. Donde antes solo había árboles, ríos y tierra, ahora mi mente dibujaba líneas de defensa, analizaba puntos vulnerables y lugares peligrosos. Cada arbusto era una potencial emboscada; cada sombra, una amenaza que evaluar. Días antes, había entrado en esa zona como un aventurero inexperto; ahora me comportaba como alguien que se sabía mover en la oscuridad. Sin duda, esta expedición había dejado en mi, cicatrices difíciles de olvidar.

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