Marcela Y Las Estrellas

Allá en lo alto de aquel escarpado acantilado, donde las olas rompen con fuerza, se levantaba una pequeña casa junto al faro. Era noche cerrada, y allí estaba ella sentada en la cama, abrazada a sus rodillas, mientras la luz de la luna se filtraba por la ventana. Miró hacia el cielo plagado de estrellas hasta que de detuvo en un punto fijo, había una que destacaba más que el resto,  quedó enamorada de semejante brillo, ya que su presencia eclipsaba al resto de sus compañeras de viaje. Desde el momento en el que descubrió a tan majestuosa estrella, en las noches de desvelo y angustia, Marcela se asomaba cada noche ver a su amiga y confidente. Siempre en el mismo lugar, su brillo le transmitía seguridad, nunca le fallaba, siempre estaba ahí prestándole atención. Pero aquella noche la desazón empezó a reinar en su corazón, cuando se dio cuenta de que su amiga había empezado a empequeñecer pese a que seguía brillando con autoridad.

Una noche, de esas en las que el insomnio ataca sin piedad, Marcela se levantó y fue a buscar a su confidente, a su amiga. Al asomarse a la ventana una tristeza apabullante la atenazó al contemplar que la estrella había desaparecido, su presencia ya era nula en el firmamento. Abatida se sentó en la cama recordando aquellas largas noches sin dormir, en las que al contarle sus problemas se sentía reconfortada. ¿Y ahora que será de mí? Pensó. Entonces ocurrió un hecho extraordinario las compañeras de aquel singular astro empezaron a brillar con más fuerza, y fue entonces cuando se dio cuenta que nunca estuvo sola.



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