Nunca me había detenido a pensar en la música.
Desde pequeños estamos rodeados de sonidos, unos desagradables a los
que enseguida identificamos como ruidos y otros que nos resultan
agradables que combinados adecuadamente reciben el nombre de música.
Con este conjunto de notas bien hiladas se pueden hacer cosas
verdaderamente extraordinarias, como un cuadro. Os preguntareis ¿Un
cuadro?. Yo al principio pensaba lo mismo.
Un día sentado en un banco de un parque admirando
el pasaje que quedaba en el horizonte, un anciano se sentó a mi lado
y me contó esta preciosa historia:
Había una vez una niña que adoraba la música.
Le encantaba ir con su madre al trabajo de esta, ya que podía
escuchar a los profesores componer y tocar instrumentos. Ella soñaba
con ser músico, pero su familia no se podía permitir comprar un
instrumento, ni costearle los estudios de música en el
conservatorio. A nuestra amiga al principio esto de ponía triste y
en los días que su madre le dejaba ir sola al parque para juntarse
con sus amigas, se quedaba un rato debajo de una de las ventanas de
la escuela para oír las preciosas melodías que salían por esta.
Uno de esos días antes de ir a jugar, sentada debajo de la ventana
vio a una mujer con lo que parecía un caballete, un lienzo y un
maletín. Sin percatase de su presencia, la mujer desplegó su
caballete, preparo sus pinturas pinceles y paleta, comenzando así a
pintar. Al cabo de un rato la niña se dio cuenta que la mano de la
pintora se iba moviendo al compás de la música, según cambiaba el
tempo cada pincelada tenia una profundidad u otra.
Pasado bastante tiempo la música se acabó y la
muchacha se levanto para ir a jugar con sus amigos. La mujer que
desde el principio sabía que la había estado observando, se acercó y le
pregunto que si no quería ver lo que había pintado. La niña se fue
hacía donde estaba el cuadro y quedó asombrada, pues veía una
hermosa pintura que en su parte central había una planta y dos
alegres colibrís revoloteando alrededor de ella. Y entonces se dio
cuenta que si no podía crear música, podría interpretarla y le pregunto a la artista: si la podía acoger como su aprendiz en su taller, la mujer
aceptó de buen agrado. Y entonces surgió la verdad de que la música
pinta cuadros.