La hora Cultural

En la ladera de un acantilado, allá donde el mar se encuentra con la tierra sumidos en un abrazo eterno, se alzaba solitaria una casa de piedra camuflada entre las rocas. Sus paredes acusaban el desgaste provocado por el salitre y el viento, siendo voz de historias antiguas. Las ventanas eran grandes y en los alfeizares se encontraban alguna que otra planta. Desde el porche, se podía escuchar el constante murmullo de las olas rompiendo contra las rocas, un sonido que se convertía en una melodía hipnótica al caer la noche. En el interior, un ligero aroma salado inundaba los sentidos. La chimenea de piedra, dominadora de la estancia principal, se encontraba siempre encendida en las tardes frescas, llenando el hogar de un calor acogedor. Grandes ventanales dominaban la pared que daba al mar, ofreciendo vistas ininterrumpidas del horizonte, donde el sol se despedía cada noche en una explosión de colores anaranjados y púrpuras.

En esa acogedora casa, v
ivía un adolescente llamado Alex, con su familia. Como la mayoría de chicos de su edad, Alex prefería pasar su tiempo libre jugando a videojuegos o navegando por las redes sociales. Pasaba horas inmerso en mundos virtuales, superando niveles o conectando con otros jugadores en línea, recreando misiones militares. Las redes sociales también le ofrecían una ventana al mundo, o eso creía él, donde podía seguir a sus influencers favoritos: Rubius, Vegeta,... Así como estar al tanto de las últimas tendencia de Steam y de otras plataformas. A parte de su pasión digital, también disfrutaba de la tranquilidad de su hogar que le otorgaba momentos de reflexión personal. Sin embargo, llegadas las vacaciones, sus padres habían decidido instaurar lo que ellos llamaban "La hora cultural". Esta consistía en pasar, un tiempo en el que debía de desconectarse de sus dispositivos y dedicarse a actividades donde la tecnología no estuviera presente, un verdadero fastidio para Alex.

Al principio, no estaba muy de acuerdo con la idea. Eso de Leer libros, pintar miniaturas o salir a pasear... no eran precisamente sus actividades favoritas. Intentaba por todos los medios evitarla o en su defecto, boicotear aquella maldita hora. En medio de ese tira y afloja que mantenía con sus padres, un día vio algo que le hizo cambiar de opinión. En uno de esos tediosos paseos que tenia que dar, cuando se encontraba a la altura de la tienda de juguetes por la que pasaba todos los días, algo captó su atención. En medio del escaparate se alzaba la joya de la corona de la tienda que estaba esperando a ser vendida. Sus ojos brillaron al ver que ese set de Lego de algo más de mil piezas, era el santuario del enlace de fuego de su videojuego favorito, Dark Souls. La emoción fue instantánea. Alex entró en la tienda, casi sin creer que lo que tenía frente a él era la oportunidad de construir algo que significaba mucho para él. Poniéndose manos a la obra, consiguió convencer a sus padres para comprar el set, prometiendo que dedicaría la hora cultural a completar la construcción. 

Una vez que ya tenía en sus manos ese majestuoso set, despejó la mesa de su habitación y comenzó a abrir las bolsas de piezas organizándolas con sumo cuidado. Cada tarde, durante esa hora, se sumergía de lleno en la construcción del santuario, pieza por pieza, siguiendo las detalladas instrucciones del manual. Mientras realizaba aquél proyecto, a su mente le vino la primera vez que llegó a aquel lugar tras escapar del refugio de los no muertos, sin poder evitar que se le escapara una sonrisa. 

Los días se iban sucediendo, y lo que empezó como un simple pasatiempo se convirtió en una verdadera pasión. Se sorprendió de lo terapéutico que resultaba el proceso, encontrando una calma y concentración que nunca había experimentado con los videojuegos. A medida que las semanas pasaban, el santuario del Enlace de Fuego cobraba vida en su mesa. La satisfacción de ver que el proyecto tomaba forma era indescriptible. Alex documentaba su progreso con fotos, capturando cada etapa del montaje, y compartía sus avances en las redes sociales, donde recibió elogios y ánimos de otros aficionados a los Lego y Dark Souls.

Finalmente, tras muchas horas de dedicación, el santuario estaba completo. Alex sintió una mezcla de orgullo y satisfacción que iba más allá de lo que había esperado. La hora cultural había dejado de ser una obligación para convertirse en un momento que esperaba con entusiasmo. Había encontrado una nueva forma de expresión y una pasión que lo conectaba de manera tangible con los universos de sus videojuego favoritos.

 


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