Eran las nueve de la noche, y la nieve caía silenciosamente sobre las calles desiertas cubriendo todo con un manto blanco, que reflejaba las luces navideñas de colores. En las ventanas de las casas del barrio se podía ver una sucesión de árboles, Reyes Magos y algún que otro Papá Noel. Sumido en sus pensamientos, Rafael se encontraba mirando la calle desde la ventana de la cocina, acompañado por una botella de Jack Daniel's que descansaba en la mesa. En un día normal, a esa hora, el barrio estaba lleno de vida y actividad. Sin embargo, en Nochebuena, todo parecía un paisaje congelado en el tiempo. Las huellas en la nieve se habían desvanecido, dejando un lienzo inmaculado bajo la tenue luz de las farolas. Los árboles desnudos, con sus ramas cargadas de nieve, formaban siluetas espectrales contra el cielo nocturno. La tranquilidad de la escena exterior contrastaba fuertemente con la tormenta emocional que Rafael experimentaba en su interior.
Una mezcla de olores a whisky, tabaco y humedad flotaba en el aire. La cocina, aunque pequeña, estaba llena de recuerdos de tiempos mejores. En los azulejos de las paredes se podían apreciar marcas de lo que antes había sido una flor. Los muebles, ya antiguos, daban testimonio de una vida marcada por las dificultades y las pérdidas. Las viejas cortinas apenas lograban mantener el frío que pasaba de fuera, y el tenue resplandor de una bombilla colgante que iluminaba débilmente el espacio, proyectaba sombras largas y desoladas. La mesa, situada en el centro, se encontraba cubierta parcialmente con un mantel viejo y descolorido. Encima, además de la botella de whisky, había un cenicero rebosante de colillas y un plato vacío que alguna vez contuvo una cena solitaria. Las sillas tampoco habían sido inmunes al paso del tiempo, pues crujían bajo el peso de los años y el uso constante.
El silencio en el apartamento era abrumador, solo estaba interrumpido por el ocasional crujido de la madera, el leve zumbido del frigorífico y el constante tic-tac de un reloj que colgaba en la pared. Rafael se apartó de la ventana, sintiendo cómo el peso de la soledad le aplastaba como una losa. Se dejó caer en una de las sillas de la cocina, su cuerpo se encontraba agotado tanto física como emocionalmente. Con cada sorbo de whisky intentaba ahogar los recuerdos dolorosos y las promesas rotas que, a lo largo de los años, habían convertido a la soledad en su única compañía, sobre todo en una noche que, para el resto del mundo, era de alegría y celebración. Mientras el eco de los villancicos lejanos y las luces navideñas parpadeantes solo acentuaban la ironía de su situación, Rafael reflexionaba sobre cómo, para él, la Navidad no era más que un recordatorio cruel de lo que había perdido. La mesa, cubierta de marcas y arañazos, era testigo de cenas compartidas y conversaciones, ahora relegadas al olvido.
Se levantó con el vaso en la mano, y se dirigió hacia el árbol de Navidad diminuto situado en la esquina de la cocina. Sus dedos rozaron una de las decoraciones anticuadas, un adorno de cristal que había pertenecido a su madre. Vino a su memoria, cómo solían decorar el árbol juntos, riendo y cantando villancicos. Ahora, esa alegría se había desvanecido, dejando paso a un vacío insoportable. Una vez más, tomó un trago largo de whisky, sintiendo cómo aquel líquido dejaba un potente ardor en su garganta. Observó la botella, considerando por un momento que tal vez, solo tal vez, esa noche podría ser diferente. Pero la desesperanza y el cinismo rápidamente volvieron a ahogar cualquier chispa de optimismo y cambio.
Rafael regresó a la mesa, sintiéndose preso de sus pensamientos y recuerdos. Miró a su alrededor, fijándose en los detalles que componían su mundo solitario. Las manchas en los azulejos, las viejas cortinas, el cenicero lleno, la botella medio vacía... Todo parecía contar la historia de una pesadilla de la que era imposible despertar. Afuera, la nieve seguía cayendo, y mientras la lejanía amortiguaba el sonido del mundo exterior, dentro, el silencio continuaba siendo su único compañero. La noche avanzaba lentamente, haciéndole comprender que no habría milagros ni redenciones para él. Solo era una noche más en su interminable rutina de soledad. Dejando el vaso en la mesa, se dirigió a la cama, deseando que la mañana llegara pronto y con ella, el fin de la Navidad. Pero sabía que al despertar, todo seguiría igual, y él se tendría que enfrentar otro día a su oscura realidad.

0 comentarios:
Publicar un comentario