Mes 2: Carla Y El Ruiseñor

Carla se sentía afortunada mientras el sol acariciaba su piel. Las flores en el jardín se encontraban en plena floración, el aire transportaba las dulces fragancias mientras ella estaba sentada en una silla de mimbre junto a la fuente. Cerró los ojos, y dejó que los rayos cálidos del sol la envolvieran. El suave murmullo de la fuente la relajaba, y por el momento, todo parecía perfecto. De repente, un pequeño pájaro de plumas azul brillante, comenzó a emitir un gorjeo melodioso. Al abrir los ojos, descubrió que se había posado en el borde de la fuente, y le dirigió una mirada cómplice, tenía la extraña sensación de que la diminuta ave estaba compartiendo su tranquilidad con ella.

El pequeño ruiseñor continuó cantando, llenando a través de su melodía aquel jardín con una dulzura que Carla nunca había experimentado antes. Se preguntó si aquella ave estaba tratando de comunicarse con ella de alguna manera. <<¿Quizás tenga algún un mensaje para mí?>>, pensó. Y procurando no hacer ningún movimiento brusco, se levantó y se acercó. Extendió la mano con cuidado, pues no quería espantarlo, y tal  fue su asombro cuando este saltó y se posó sobre su dedo. Sus ojos se encontraron, y Carla sintió una conexión especial con el pequeño ser alado. “Gracias por este hermoso día”, le susurró al ruiseñor, el cual respondió  inclinando la cabeza como si entendiera sus palabras.

Carla pasó el resto de la mañana en el jardín, disfrutando de la compañía su nuevo amigo, y rodeada por el mural que formaban todas aquellas flores, que  de manera ritual, daban la bienvenida a la primavera. Ante esa bonita estampa, se prometió a sí misma que volvería a este lugar siempre que necesitara un poco de paz y alegría. Las visitas al jardín se hicieron constantes a lo largo de las semanas. Cada día, Carla se sentaba en su silla de mimbre junto a la fuente, el ruiseñor la esperaba en el borde, y juntos compartían momentos de tranquilidad y alegría. A veces, se llevaba un libro y se sentaba junto a él, leyendo multitud de historias en voz alta, mientras que su compañero escuchaba atentamente. 

Pronto la pequeña ave se convirtió en su confidente silencioso, formándose  un vínculo entre ellos que trascendía las palabras.  Así pasaron los días de primavera, en los que aquel jardín se convirtió en su refugio, donde los rayos del sol y el canto de los pájaros la llenaban de felicidad.



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