Día Nueve: Recuperación En La Aldea

El resplandor púrpura me transportó nuevamente al mundo real, otra vez me encontraba en la cueva. Avancé con dificultad hacia el exterior; mis pasos eran lentos, el cuerpo entumecido, pero el aire fresco resultaba un alivio para mis pulmones. Una vez afuera, pude contemplar otra vez la aldea, y los colores que me ofrecía el paisaje, contrastaban con la bruma rojiza que había dejado atrás. Aun así, tenía la sensación de que el olor a azufre y la sensación de la lava seguían pegados a mi armadura.

El anciano me esperaba. En su rostro pude observar una mirada de alivio. Aunque pude notar su impaciencia por saber si había podido cumplir la misión.

—Estás de vuelta. Eso es lo que importa —dijo, su voz grave—. ¿Lo conseguiste?

Vacié la mochila ahí mismo, en el suelo, mostrando los materiales obtenidos: oro, cuarzo, arena almas y alguna que otra barra de blaze.

—Has cumplido, aventurero —asintió—. Has conseguido lo necesario para asegurar nuestro futuro y el tuyo. Ahora tienes que descansar, antes de emprender el regreso a casa.

Al día siguiente, la mañana fue en un torbellino de actividad. Mientras yo me recuperaba, los aldeanos no paraban de trabajar. Los recursos fueron analizados inmediatamente. El herrero, con una sonrisa, afilaba herramientas y preparaba moldes para las aleaciones con el oro y cuarzo. La bibliotecaria organizaba sus estantes, para documentar cada material hallado. El clérigo iba de un lado para el otro planificando las pociones que nacerían de las barras de blaze.

Mientras tanto, yo me notaba distinto. Sentado al lado del lago, observaba el ajetreo que se producía a mi alrededor, en mi mente aun flotaba esa luz púrpura y resonaba el eco del Nether. Recordé la agonía de la arena de almas, el lamento del Ghast, esa fortaleza ominosa... De repente, una voz familiar me sacó de mi ensoñación, era el agricultor avisándome de que la cena ya estaba lista. Fue en ese instante, cuando me invadió el deseo de volver a la cálida comodidad de mi propia cabaña, junto a la quietud de mi chimenea.




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Día Ocho: Aventura en el Nether

El amanecer se sentía distinto, cargado de una expectativa pesada. Equipado con herramientas de mayor calidad y con provisiones que me había suministrado el agricultor, me reuní con el anciano junto al portal de obsidiana que habíamos construido en una cueva cercana. Un velo etéreo ondulaba dentro del marco, sentí como un escalofrío me recorría de arriba abajo, a la vez de que tenia la sensación de que posiblemente no saliera vivo de aquella dimensión.

​—Aventurero —dijo el anciano, entregándome la guía y el mapa—. Este no es nuestro mundo, las leyes que lo rigen no son las mismas, ten presente que el tiempo y la dirección en tu contra juegan. Busca el oro, arena de almas y cuarzo. Pero sobre todo, ten cuidado con el fuego y los Ghasts.

​Asentí, mi corazón latía con una mezcla de emoción y temor, y sin mirar atrás, avancé hasta que la luz púrpura me envolvió. De repente, mi mente empezó a dar vueltas, el mundo giró en un torbellino de colores chillones y zumbidos ensordecedores. La realidad se desgarró, y por un instante, no fui nada.

Aparecí en un bosque carmesí. Un cielo rojizo me dio la bienvenida. El aire era denso, caliente, y el lamento distante de un Ghast se mezclaba con la lava burbujeante. A través de la bruma, distinguí una sombría Fortaleza de Basalto. ​Empecé a explorar, y no tarde en hacer el pico resonara contra la netherrack. Recogí oro y cuarzo de las venas de piedra,  mientras iba esquivando las flechas que de los arqueros que rondaban por las cercanías. La arena de almas me ralentizaba y cada paso era una agonía.

​El tiempo se difuminó en la eternidad del Nether. Cada sombra parecía ocultar una amenaza, cada abismo era un desafío <<No me gustaría caerme por aquí>> pensé. Al fin, la fortaleza se reveló, pero el silencio que precedía al combate era peor que el ruido. Los robustos Piglin y el calor infernal me forzaron hasta la desesperación. Mi espada silbó en el aire una última vez. El agobio por el calor se hacia insoportable. Sabía que había conseguido suficiente; la retirada era la única opción cuerda, ya quea penas me protegía la armadura ya desgastada.

Sin pensármelo dos veces salí corriendo, y al rato localicé el lugar donde estaba el portal de retorno que aparecía marcado en la guía. Lo activé con un pedernal, y recé porque funcionara. El resplandor púrpura me envolvió de nuevo. El mundo principal me esperaba, pero yo ya no era el mismo.


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Día Siete: Comercio y Relaciones

La mañana siguiente el sol se alzó sobre la aldea y el bosque comenzó a despertar. El aire era  fresco, y el aroma a hierba contrastaba con el olor a tierra quemada y ceniza de la noche anterior. Una vez listo me dirigí a la plaza, donde el anciano me esperaba, sorteando algunos escombros llegué a su altura. Pude contemplar como su mirada, antes llena de pánico, reflejaba una astucia paciente.

—Tienes una fuerza indomable, forastero —dijo, su voz resonando con una quietud sorprendente mientras me ofrecía una esmeralda tallada, brillante bajo el sol naciente—. Nosotros poseemos recursos abundantes y un conocimiento ancestral. Te daremos todo lo que puedas necesitar: raciones frescas, herramientas de mejor temple, incluso materiales raros. A cambio, te pedimos protección y que nos ayudes a levantar defensas.

Acepté. Esto era más que un simple pacto; era el nacimiento de una alianza.

Pasé el día yendo de un lado a otro de la aldea, cerrando tratos con los aldeanos. El herrero, con el rostro marcado por la gratitud, me reveló los secretos para templar el hierro, y forjó un pico más rápido y resistente. La bibliotecaria, una mujer de ojos sabios y manos delicadas, me guio a través de mapas polvorientos de viejas expediciones, enseñándome a descifrar los patrones celestes para localizar cuevas con vetas profundas.

Al caer la tarde, el ambiente se sentía diferente. El humo blanco volvía a ascender de las chimeneas; los niños jugaban cerca del pozo, y el agricultor regresaba de sus campos, ignorando las cicatrices del ataque. La vida regresaba paulatinamente a la normalidad. 

A medida que la noche hizo acto de presencia, el anciano, con una sonrisa enigmática, me condujo hasta un cofre de madera oscura, situado en el sótano de su casa. Al abrirlo, reveló una colección de bloques de Obsidiana, su superficie púrpura reflejando la poca luz.

—Estás listo, aventurero —me dijo, con la voz grave—. Es hora de enfrentar el siguiente paso. El nether os espera.


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Día Seis: La Batalla en la Aldea

La noche cayó sin previo aviso, decidida a ocultar toda esperanza, trayendo consigo una oscuridad espesa, el sonido ominoso de pasos y gruñidos acercándose. La tensión dentro de la humilde casa del agricultor se hacía cada vez más insoportable. Él, su esposa y sus dos hijos se amontonaban en un rincón, con la mirada clavada en mí, esperando alguna señal, alguna palabra de consuelo que no podía dar.

Con un gesto de dolor, me quité la flecha del hombro, la herida superficial sangraba lentamente. La mujer del agricultor, sin decir palabra, me ofreció un trozo de tela limpia que usé para improvisar un vendaje.

—¿Quiénes son? —mascullé, empuñando mi espada de hierro con fuerza.

 ​—Los... los saqueadores —respondió el hombre, su voz quebrándose.

​Un grito metálico rompió la espera. La valla que cercaba la casa había saltado en mil pedazos.

​—Voy a salir. No hagan ruido.

​Me deslicé hacia el exterior. Un Vindicator me recibió, hacha en alto. Con toda la agilidad que me permitía la herida, esquivé el brutal ataque, logrando asestar un golpe mortal a mi enemigo antes de que pudiera reaccionar.

​Los Pillagers disparaban flechas desde los tejados. Corrí entre las sombras, usando los pozos y los barriles como cobertura. La lucha cuerpo a cuerpo era brutal e implacable. Mi enfoque no era la defensa, sino el ataque, sabiendo que cada golpe certero que daba era una vida aldeana salvada.

Exhausto, alcé la mirada y entonces lo vi. Al capitán, cabalgando una Bestia de Ataque, avanzaba sembrando el pánico por doquier. Al instante supe que él era la pieza clave que tenía que derribar. Salí al paso de la bestia, logré esquivar su pesada embestida, y saltando sobre su lomo, conseguí que mi espada encontrara su objetivo en el capitán. El líder cayó. Su estandarte quedó hundido en el barro, dando por finalizado el asalto, ya que sin su líder, los Pillagers restantes huyeron hacia el bosque.

​Paulatinamente, el silencio fue regresando, llenándose de aliento y alivio. El agricultor me tendió un cuenco con agua. Agradecido, lo cogí y bebí lentamente.

—Volverán —dije.

El anciano líder asintió y se acercó, con sus ojos fijos en la herida de mi hombro, Ignorando los escombros. En su mirada había una astucia repentina.

​—Has demostrado ser un guerrero. Un protector —dijo el anciano—. Pero la fuerza sin recursos perece. Mañana, forastero, hablaremos de negocios. Tú nos das seguridad; nosotros te damos todo lo demás.

La noche, aunque vencida, dejó claro mi nuevo rol: de simple explorador, me había convertido en el protector de la aldea.


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Día Cinco: Reconstrución y Alarma

El amanecer trajo consigo un cielo despejado y una nueva sensación de esperanza. Después de la tormenta de la noche anterior, el aire estaba fresco y limpio. Me levanté temprano, decidido a completar las tareas que había dejado pendientes debido al colapso de la estructura. Lo primero que hice fue evaluar los daños. Afortunadamente, mi cabaña, al tener unos cimientos sólidos, había resistido bien, pero el corral necesitaba reparaciones. Desayuné rápidamente y me puse a trabajar, reforzando la parte dañada. Unas horas más tarde, ya con la estructura asegurada, me concentré en la construcción del almacén. Trabajé sin descanso, levantando las paredes y asegurándome de que fuera espacioso y robusto para almacenar mis suministros.

Con todo ya terminado, y después de comer unos mendrugos de pan, decidí aprovechar el resto del día para dar un paseo por los alrededores. No llevaba caminando ni una hora cuando me encontré con una aldea escondida entre los árboles. Los aldeanos vestían ropas sencillas y parecían amables, pero al fijarme en sus ojos, noté que reflejaban una profunda preocupación. Me recibieron con curiosidad y hospitalidad, aunque pude notar que sus miradas se desviaban constantemente hacia el horizonte. Al hablar con ellos, descubrí que algo inquietante estaba ocurriendo en la zona, y la atmósfera en la aldea se volvía cada vez más tensa.

La intranquilidad crecía, mientras el cielo comenzaba a oscurecerse nuevamente. Los aldeanos, nerviosos, iban corriendo de un lado para otro, buscando refugio en sus casas. De repente, sentí un dolor agudo en el hombro: una flecha me había alcanzado. Casi sin poder reaccionar, otro proyectil pasó zumbando junto a mí y se clavó en la casa que se encontraba detrás. El sonido de los pasos apresurados y los gritos llenaron el aire. Comprendí que el peligro estaba más cerca de lo que imaginaba, así que me refugié en la casa más cercana. Una vez dentro, noté cómo los ojos del agricultor me miraban desesperados. A pesar del dolor en mi hombro, sabía que tenía que hacer algo para proteger a la aldea. Tomé una profunda respiración y me preparé para enfrentar el peligro inminente. 


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Día Cuatro: Contratiempos

El cielo amaneció cubierto de nubes oscuras, con el día amenazando tormenta. En el ambiente, se había instalado un olor a tierra húmeda y hojas en descomposición que resultaba agradable al olfato. Después de asegurar una fuente de alimentos con el huerto, sabía que si quería progresar, debía mejorar mi refugio antes de que la lluvia llegara. Desayuné rápidamente y recogí mis herramientas. Comencé a trabajar en la expansión de mi cabaña y la construcción de un corral.

Me dirigí a los cofres donde tenía guardados los recursos que había recolectado en la cueva. El carbón, el cobre y las piedras que extraje en mis viajes, serían fundamentales para crear nuevas herramientas y fortalecer la estructura de la cabaña. Era media tarde, cuando estaba trabajando en el corral, cuando escuché unos ruidos un tanto extraños, que atribuí a la tormenta que se formaba a lo lejos. De repente, mientras me encontraba realizando el tejado, una viga de soporte se rompió, y parte de la estructura colapsó. El golpe fue tremendo, dolorido y desanimado, me senté un momento para recobrar fuerzas. Ya había consumido la mitad de las reservas de madera que tenia. Sin embargo, era consciente de que tendría que encontrar madera adicional para reparar los daños y reforzar la estructura, y el tiempo apremiaba con la tormenta en ciernes.

Con la determinación necesaria para no darme por vencido, me puse manos a la obra con el objetivo de recolectar más madera, pues el sol ya comenzaba su descenso, y el viento frío y húmedo anunciaba la proximidad de la tormenta. Encontré algunos árboles cercanos y corté la madera necesaria para las reparaciones. Mientras caminaba de regreso, reflexioné sobre la importancia de estar preparado para lo inesperado, cuando el tiempo y las circunstancias juegan en tu contra.

Al regresar a mi cabaña, trabajé con premura para reforzar el corral y asegurarme de que fuera estable y seguro antes de que la tormenta llegara. Ya dentro de casa, una rabia inundó mi interior, ya que debido al colapso de la estructura, no había tenido tiempo para construir el almacén. Frustrado pero determinado a seguir adelante, me senté junto al fuego y comencé a planificar el día siguiente.


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Día Tres: Cultivo y Planificación

Cuando los primeros rayos de sol se filtraban al interior de la habitación iluminando con su calidez mi pequeña cabaña. Ya me encontraba observando el pasaje por la ventana, disfrutando del silencio de la mañana. Me preparé un desayuno sencillo con las manzanas que había recogido el día anterior y me senté a planificar mi jornada. Después de la emoción de haber enfrentado a zombis y recolectar los primeros minerales, era consciente de que era de vital importancia establecer una fuente de alimentos sostenible.

Tras el desayuno, en la mesa de trabajo, me fabriqué una pala uniendo palos y piedras, y después de ceñirme una bolsa para recoger semillas al cinto, abrí la puerta. Al salir, el aire fresco me saludó acariciándome la cara. Respiré y  llenó de determinación, me dispuse a caminar para buscar el lugar óptimo para comenzar un huerto. Lo más sensato era tenerlo cerca de la casa, así me ahorraría tiempo y esfuerzo en la siembra y en la recolección. 

Comencé a caminar por los alrededores de mi cabaña, observando el paisaje lleno de vida. No era raro encontrar vacas, ovejas y cerdos pastando tranquilamente, ajenos a mi búsqueda. Me había alejado unos cuantos metros de la casa, cuando descubrí una pequeña parcela de tierra fértil cerca del río. Era el lugar perfecto para empezar mi huerto. Lo primero que hice fue ir en busca de semillas, pero esta vez la suerte no me acompañó, ya que solo encontré un puñado de semillas de trigo. A pesar del escaso hallazgo, con mucho cuidado, comencé a remover la tierra, ya que tenía que labrarla para poder plantar.

Mientras trabajaba en el huerto, mi mente divagaba hacia las mejoras que quería realizar en mi cabaña el próximo día. Tenía que expandir mi refugio, necesitaría un almacén, para guardar lo recolectado, y corrales para poder criar animales, ya que no tenía intención de alimentarme solo de pan. Estaba tan sumido en mis pensamientos que no me había dado cuenta de que el sol comenzaba a ocultarse. Observé con satisfacción mi pequeño huerto. Estaba decidido, mañana, centraría mis esfuerzos en la construcción de un almacén y los corrales, además, de realizar diversas mejoras que necesita mi cabaña.


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Día Dos: Exploración y Descubrimientos

La luz de un nuevo día me despertó suavemente al filtrarse a través de la ventana de mi cabaña. Estiré los brazos y me levanté, listo para enfrentar un nuevo día. Ayer había sido solo el comienzo, y estaba satisfecho con el trabajo realizado, ya que había conseguido construir un refugio antes de que la noche me sorprendiera. Soy consciente de que necesito recursos y conocer la zona. Por tanto, hoy exploraría más allá de la cabaña.

​Recogí unas manzanas de unos árboles cercanos, guardé algunas herramientas en la mochila y me puse en marcha. El paisaje que se desplegaba ante mis ojos estaba lleno de colinas, ríos y alguna que otra misteriosa cueva. Opté por seguir el curso del río, esperando encontrar algo interesante. Mientras caminaba, observé la fauna local: vacas, ovejas y cerdos pastaban tranquilamente.

​No llevaba mucho tiempo caminando, cuando de repente, una entrada oscura en la ladera de una montaña captó mi atención. Curioso y cauteloso, lleno de incertidumbre por lo que me pudiera encontrar, me adentré en la cueva iluminando el camino con antorchas. El eco de mis pasos resonaba en las paredes de piedra. Después de un largo rato abriendo túneles, una hermosa galería se presentó ante mí. Pronto, descubrí unos depósitos de carbón y cobre, sin duda, recursos útiles y necesarios para formar mejores materiales de cara a futuras construcciones.

​Me encontraba picando para extraer los minerales, cuando de repente escuché un sonido peculiar. Al levantar la mirada, noté que las sombras proyectadas en la pared fluctuaban. Solté el pico de piedra y desenvainé mi espada, preparándome para lo que pudiera emerger de la oscuridad. De repente, un grupo de zombis giró la esquina y se abalanzó sobre mí. El combate fue intenso, pero logré salir victorioso. Todavía la adrenalina corría por mis venas mientras recogía los despojos de los monstruos, cuando, al echar mano a la mochila, descubrí que apenas quedaba comida. Así que, guardando todo lo que había recolectado, me dispuse a emprender el camino de vuelta.

Al salir de la cueva, el sol ya comenzaba a descender, debía darme prisa, si no quería ser la cena de las criaturas de la noche. Había sido un día lleno de aventuras y descubrimientos. Con mi mochila llena de recursos, regresé a mi cabaña. Una vez dentro, encendí la chimenea y luego me senté en el sofá. Me quedé pensativo, mirando las estrellas desde la ventana, y supe que este era solo el comienzo de una aventura.



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Día Uno: La Cabaña

El sol se alzaba lentamente en el horizonte, pintando el cielo con tonos de naranja y rosa. Respiré profundamente, llenando mis pulmones con el aire fresco y limpio del nuevo mundo que se desplegaba ante mí. Las suaves colinas de bloques verdes, y el sonido lejano del agua corriendo me daban la bienvenida. No había nada, solo yo y un mundo lleno de posibilidades infinitas. Decidido a sobrevivir la primera noche, me puse manos a la obra. Comencé por recoger madera de los árboles cercanos, a cada golpe del hacha, sentía una mezcla de emoción y aprensión. Sabía que debía construir un refugio antes de que la noche trajera consigo a las criaturas de la oscuridad. 

Mientras talaba árboles y recolectaba recursos, mis pensamientos se centraban en una única cosa: construir mi primera casa. Visualicé una pequeña cabaña junto al río, lo suficientemente fuerte como para mantenerme seguro. La imaginación corría más rápido que mis manos mientras trabajaba con determinación. Me sorprendió lo rápido que pasa el tiempo, y antes de que pudiese darme cuenta, el sol comenzaba a descender detrás de las montañas. Con mis últimos esfuerzos, terminé la cabaña y encendí una antorcha que iluminó el interior con un cálido resplandor. Sentado en la cama, observé las estrellas a través de una pequeña ventana y me sentí agradecido por este mundo lleno de oportunidades. 

La primera noche siempre es la más difícil, pero también la más gratificante. Tenia la mente puesta en el mañana, ya que estaba ansioso por seguir explorando y construyendo. Siempre había soñado con tener una torre de hechicera. También quería seguir descubriendo los secretos que este nuevo mundo tenía para ofrecer. Pero por ahora, la parte más importante estaba hecha, con mi primer refugio construido, podía descansar sabiendo que había superado el primer desafío. 


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El Puesto Fronterizo II: La Liberación

En el núcleo del cosmos, donde el frío no perdona,  
En celdas giratorias, la esperanza nos abandona,  
Y entre guardias y laberintos oscuros,  
los prisioneros de guerra, forjan su futuro.
 
El teniente Pitt, en la sombra aguardaba,  
Contra los inquisidores, justicia reclamaba,  
Pero en su pecho, la esperanza aun persistía,  
Porque algún día, la verdad resurgiría.
 
Con cada cacería de Aliens, nuestras habilidades crecían,  
Entre susurros y sombras, secretos se compartían,  
La traición de la Serpent, lentamente se desvelaba,  
Y el espíritu de lucha, dentro de nosotros se alzaba.
 
Con la ayuda de aliados, logramos escapar, 
De las celdas flotantes, hacia la libertad, 
El puesto fronterizo, en ruinas nos aguardaba, 
La última contienda, donde el destino se sellaba.

​La batalla rugía, bajo cielos incendiados,
De balas y láseres, el campo estaba sembrado,
La furia corporativa proseguía,
Y el fin de la contienda ya se veía.
 
Rodeados de vegetación, en medio del fragor, 
Enfrentamos a los enemigos, con todo nuestro valor, 
En las ruinas del puesto en nuestro último bastión, 
El destino quedaba sellado, con esta confrontación.
 
Con un último esfuerzo, la batalla culminó, 
Con enemigo derrotado, la paz se vislumbró, 
El puesto fronterizo, en ruinas, resistió,
Y el honor perdido al fin se restauró.
 
LCR
 
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El Puesto Fronterizo I: La Llegada

A un lejano confín del cosmos inexplorado,
Donde la niebla cubre el paraje desolado,
Fui llamado a la batalla en una torre de piedra,
Rodeada de vegetación, bajo la mirada eterna.

El planeta en guerra, asolado por rivalidades,
Corporaciones enfrentadas, trazaban sus hostilidades,
Nos enviaron al puesto en misión de alto riesgo,
Para proteger la base y mantener el control férreo.

Con los jets packs, cruzamos un extenso camino,  
Saltos largos y veloces, hacia nuestro destino,  
Dos vainas de defensa, al aterrizar descubrimos,  
Una hecha añicos, la otra en pie distinguimos.

Mientras Katia y los hombres rata se ocultaban,
Manteniendo a raya a los invasores me hallaba.
En cada sombra y rincón, el peligro acechaba,
Secretos y temores, en cada paso encontraba.

En la base saqueada, tras la batalla feroz,
El espía de la Serpent dejó un rastro atroz,
El teniente Pitt fue acusado de traición
Y abandonado, sin defensa, entró en desazón.

Los inquisidores llegaron con justicia implacable,
Nos metieron prisioneros, en celdas inexpugnables,
En la prisión, oscuros laberintos nos aguardaban,
Cada día cazando Aliens, nuestras habilidades afilaban.

El tiempo avanzaba y las oportunidades se esfumaban,
Pero en nuestro espíritu, la esperanza aun se alzaba,
Sabíamos que un día, bajo el mismo cielo y sol,
Volveríamos a luchar, por la libertad y el honor.

LCR


 La Liberación →


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El Arte de Expresar

Vivimos en un mundo donde la comunicación instantánea se ha convertido en una realidad desde hace tiempo, recibir un me gusta en las redes sociales ha pasado a ser ahora una validación personal. La facilidad para establecer comunicación a través de internet, a menudo, ha provocado que nos encontremos en la tesitura de luchar por expresar lo que realmente se siente. Posiblemente, si no es a través de un dispositivo tecnológico, nos sentimos incapaces de comunicar nuestras emociones de manera auténtica y profunda, corriendo el riesgo de quedarnos atrapados en un laberinto interior. En esta búsqueda constante de las palabras adecuadas para expresar nuestra maraña de emociones, podemos recurrir a una herramienta poderosa que ha existido desde tiempos inmemoriales: la escritura. Esta práctica nos permite liberar nuestras verdaderas voces y conectar con nosotros mismos.

Volver a los métodos clásicos, como el lápiz y el papel, nos permite conectar con nuestra parte más íntima y sentimental. Este proceso, aunque lento y laborioso sin el uso de un ordenador, nos invita a reflexionar profundamente sobre nuestras emociones y a darles forma a través de las palabras. Normalmente al principio puede llegar a  resultar frustrante, debido a que las palabras no fluyen fácilmente y lo escrito no refleje tan fielmente nuestros sentimientos. Es en esos momentos es cuando hay que ser perseverantes, ya que con cada intento fallido nos acercamos un poco más a la verdad que queremos comunicar. Romper hojas, empezar de nuevo, y seguir intentándolo una y otra vez forma parte del proceso.

Una vez emprendido el viaje, es cuando  aprendemos a jugar con las palabras, explorar nuestras emociones y a armar el complicado rompecabezas que se nos presenta, logrando así el equilibrio perfecto entre lo que sentimos y lo que expresamos. Es en estos casos cuando la escritura se convierte en un espejo donde vemos reflejada nuestra alma, con todas sus luces y sombras, invitándonos a mirar hacia adentro, a enfrentar nuestras emociones más profundas y a darles voz. Este acto de introspección nos permite no solo conocernos mejor, sino también aceptar y abrazar todas las facetas de nuestra personalidad.

Llegados a este punto, es cuando la escritura se convierte en un compañero fiel en nuestro camino hacia una mayor autenticidad y conexión con nosotros mismos y con los demás. Al liberar nuestras verdaderas voces, no solo encontramos las palabras adecuadas para expresar nuestras emociones, sino que también descubrimos una fuente inagotable de inspiración y crecimiento personal.



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