Día Ocho: Aventura en el Nether

El amanecer se sentía distinto, cargado de una expectativa pesada. Equipado con herramientas de mayor calidad y con provisiones que me había suministrado el agricultor, me reuní con el anciano junto al portal de obsidiana que habíamos construido en una cueva cercana. Un velo etéreo ondulaba dentro del marco, sentí como un escalofrío me recorría de arriba abajo, a la vez de que tenia la sensación de que posiblemente no saliera vivo de aquella dimensión.

​—Aventurero —dijo el anciano, entregándome la guía y el mapa—. Este no es nuestro mundo, las leyes que lo rigen no son las mismas, ten presente que el tiempo y la dirección en tu contra juegan. Busca el oro, arena de almas y cuarzo. Pero sobre todo, ten cuidado con el fuego y los Ghasts.

​Asentí, mi corazón latía con una mezcla de emoción y temor, y sin mirar atrás, avancé hasta que la luz púrpura me envolvió. De repente, mi mente empezó a dar vueltas, el mundo giró en un torbellino de colores chillones y zumbidos ensordecedores. La realidad se desgarró, y por un instante, no fui nada.

Aparecí en un bosque carmesí. Un cielo rojizo me dio la bienvenida. El aire era denso, caliente, y el lamento distante de un Ghast se mezclaba con la lava burbujeante. A través de la bruma, distinguí una sombría Fortaleza de Basalto. ​Empecé a explorar, y no tarde en hacer el pico resonara contra la netherrack. Recogí oro y cuarzo de las venas de piedra,  mientras iba esquivando las flechas que de los arqueros que rondaban por las cercanías. La arena de almas me ralentizaba y cada paso era una agonía.

​El tiempo se difuminó en la eternidad del Nether. Cada sombra parecía ocultar una amenaza, cada abismo era un desafío <<No me gustaría caerme por aquí>> pensé. Al fin, la fortaleza se reveló, pero el silencio que precedía al combate era peor que el ruido. Los robustos Piglin y el calor infernal me forzaron hasta la desesperación. Mi espada silbó en el aire una última vez. El agobio por el calor se hacia insoportable. Sabía que había conseguido suficiente; la retirada era la única opción cuerda, ya quea penas me protegía la armadura ya desgastada.

Sin pensármelo dos veces salí corriendo, y al rato localicé el lugar donde estaba el portal de retorno que aparecía marcado en la guía. Lo activé con un pedernal, y recé porque funcionara. El resplandor púrpura me envolvió de nuevo. El mundo principal me esperaba, pero yo ya no era el mismo.


← Día Siete: Comercio y RelacionesÍndice | Día Nueve: Recuperación en la Aldea →


Share:

0 comentarios:

Publicar un comentario