Día Siete: Comercio y Relaciones

La mañana siguiente el sol se alzó sobre la aldea y el bosque comenzó a despertar. El aire era  fresco, y el aroma a hierba contrastaba con el olor a tierra quemada y ceniza de la noche anterior. Una vez listo me dirigí a la plaza, donde el anciano me esperaba, sorteando algunos escombros llegué a su altura. Pude contemplar como su mirada, antes llena de pánico, reflejaba una astucia paciente.

—Tienes una fuerza indomable, forastero —dijo, su voz resonando con una quietud sorprendente mientras me ofrecía una esmeralda tallada, brillante bajo el sol naciente—. Nosotros poseemos recursos abundantes y un conocimiento ancestral. Te daremos todo lo que puedas necesitar: raciones frescas, herramientas de mejor temple, incluso materiales raros. A cambio, te pedimos protección y que nos ayudes a levantar defensas.

Acepté. Esto era más que un simple pacto; era el nacimiento de una alianza.

Pasé el día yendo de un lado a otro de la aldea, cerrando tratos con los aldeanos. El herrero, con el rostro marcado por la gratitud, me reveló los secretos para templar el hierro, y forjó un pico más rápido y resistente. La bibliotecaria, una mujer de ojos sabios y manos delicadas, me guio a través de mapas polvorientos de viejas expediciones, enseñándome a descifrar los patrones celestes para localizar cuevas con vetas profundas.

Al caer la tarde, el ambiente se sentía diferente. El humo blanco volvía a ascender de las chimeneas; los niños jugaban cerca del pozo, y el agricultor regresaba de sus campos, ignorando las cicatrices del ataque. La vida regresaba paulatinamente a la normalidad. 

A medida que la noche hizo acto de presencia, el anciano, con una sonrisa enigmática, me condujo hasta un cofre de madera oscura, situado en el sótano de su casa. Al abrirlo, reveló una colección de bloques de Obsidiana, su superficie púrpura reflejando la poca luz.

—Estás listo, aventurero —me dijo, con la voz grave—. Es hora de enfrentar el siguiente paso. El nether os espera.


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