Amaneció nublado, pero no era de extrañar, llevaba toda la semana amenazando lluvia. Me disponía a salir a la calle, así que cogí la gabardina, me calé el sombrero, cerré la puerta y me quedé bajo el amparo de aquél techo gris. Durante el paseo matutino, un susurro, una voz un tanto diferente empezó a resonar en mi cabeza.
A cada paso que daba tenía la sensación de estar más en sintonía con aquella voz, un eco de mi propia alma, que iba transformando cada gota de lluvia en un destello de claridad. A medida que avanzaba, la ciudad parecía desdibujarse, cediendo su lugar a un paisaje interior, un mundo de paz y plenitud que había estado buscando sin saberlo, dándome cuenta de que la verdadera luz no venía de fuera, sino del resplandor que llevaba dentro.