Amaneció nublado, pero no era de extrañar, llevaba toda la semana amenazando lluvia. Me disponía a salir a la calle, así que cogí la gabardina, me calé el sombrero, cerré la puerta y me quedé bajo el amparo de aquél techo gris. Durante el paseo matutino, un susurro, una voz un tanto diferente empezó a resonar en mi cabeza.
A cada paso que daba tenía la sensación de estar más en sintonía con aquella voz, un eco de mi propia alma, que iba transformando cada gota de lluvia en un destello de claridad. A medida que avanzaba, la ciudad parecía desdibujarse, cediendo su lugar a un paisaje interior, un mundo de paz y plenitud que había estado buscando sin saberlo, dándome cuenta de que la verdadera luz no venía de fuera, sino del resplandor que llevaba dentro.
¡Hola! Es muy tierno y armonioso. Me gusta como has jugado con la simbología de la luz, los días grises o de lluvia siempre inspiran melancolía, es más, interfieren mucho en nuestra actitud, por lo que encontrar plenitud no en el entorno sino en nuestro interior es esperanzador. Como con los pasos, eso lo percibo en tu escrito como la vida en sí, lograr no escuchar una voz ensordecedora que replique ese camino debe ser liberador.
ResponderEliminarMuy profundo.
Un fuerte abrazo.
Hola Irene,
EliminarMuchas Gracias por tus palabras.
Justo eso quería reflejar. Aunque el día esté nublado siempre hay una luz, que se cuela entre las nubes dando luz. Que el ser humano siempre busca la luz fuera, cuando no se da que la luz se encuentra dentro, aunque a veces tengamos miedo de sacarla por las circunstancias que sean, siempre está ahí.
Un Abrazo