A través del Crepúsculo

Estaba anocheciendo y el frío comenzaba a hacer acto de presencia. El viento helado soplaba sin tregua, cortando mi rostro con cuchillas invisibles. Cada aliento se convertía en vapor al contacto con el aire glacial, envolviendo mi rostro en una niebla efímera; la piel iba adquiriendo un tono gris azulado, perdiendo toda sensación de frío, dolor o molestia; y los músculos estaban gradualmente dejando de funcionar. No deseaba tener aquel final tan horrible, por lo que encontrar un sitio donde poder pasar la noche se había convertido en mi prioridad más inmediata. Así que apreté el paso, las sombras se iban alargando conforme avanzaba, mientras la tenue luz del crepúsculo apenas iluminaba el sendero por el que transitaba con dificultad. Los árboles, altos y retorcidos, parecían susurrar en la creciente penumbra, sus ramas retorcidas formaban figuras espectrales, jugando con mi imaginación, haciéndome sentir observado. Las hojas secas crujían bajo mis botas, amplificando la soledad y el desamparo en el que me encontraba.

El camino se volvía cada vez más sinuoso, con raíces emergiendo del suelo como manos de fantasmas atrapados, dificultando mi progreso. A lo lejos, el aullido del viento se mezclaba con el ulular de un búho, creando una sinfonía inquietante que parecía intensificar el frío que se colaba hasta mis huesos. Los arbustos y matorrales susurraban historias olvidadas, leyendas de almas perdidas y criaturas que acechaban en la oscuridad. Poco a poco y sin darme cuenta, mi mente estaba comenzando a vagar hacia leyendas de la zona. Trataba de sacudir la cabeza, con el fin de espantar todos esos cuentos, pero ya era tarde, a medida que avanzaba las sombras se espesaban y los sonidos de la noche seguían ahí, acelerando mi pulso y haciendo que mis sentidos se agudizaran aún más.

Cada paso era una batalla contra la desesperación y el agotamiento. El aire se estaba volviendo cada vez más denso, casi tangible, como si la noche quisiera devorarme, haciendo que mi respiración se volviera mas pesada. Mi visión se estaba nublando por el esfuerzo; mis sentidos habían alcanzado el estado de alerta máxima, cualquier sonido fuera de lo común hacía que mi corazón se desbocara, haciendo que los latidos resonaran en mis oídos; mientras mis piernas, a duras penas, respondían a mis intentos desesperados por seguir adelante. A cada paso, el camino se volvía cada vez más traicionero, las sombras se movían en el borde de mi visión, alimentando la paranoia que se estaba apoderando de mi mente.

El tiempo pasaba y el frío mordía cada vez con más fuerza, haciéndome temblar de manera incontrolada. Mis labios estaban secos y agrietados, y cada inhalación ardía en mi pecho como fuego helado. Intenté apartar los pensamientos oscuros que aun quedaban en mi mente, pero cada crujido, cada aullido lejano y cada susurro del viento parecía cobrar vida, diciéndome al oído que mi final estaba cerca. De repente en la distancia, un destello de luz captó mi atención. Podía ser un refugio o, tal vez, una ilusión provocada por el pánico y el agotamiento. Sin embargo, no tenía otra opción que investigar. Con la poca energía que me quedaba, aceleré el paso, con la esperanza de que la luz proviniera de un refugio. A medida que me acercaba, la luz reveló una vieja cabaña de aspecto abandonado. La puerta, apenas sostenida por sus bisagras oxidadas, se abrió con un quejido cuando la empujé. El interior estaba envuelto en la oscuridad que interrumpida por un parpadeo de la débil luz de una vela a punto de apagarse. Respiré hondo y crucé el umbral, esperando que este refugio improvisado fuese suficiente para sobrevivir la noche.

La noche avanzaba lentamente, y la cabaña se volvía un poco más cálida. Así que me permití relajarme un poco, confiando en que había encontrado un refugio seguro para la noche. Pero justo cuando estaba a punto de cerrar los ojos, escuché un susurro apenas audible, como si viniera de las paredes mismas. El miedo me volvió a invadir, y levantándome como un resorte, miré a mi alrededor con los ojos muy abiertos. Entonces, lo vi: una puerta oculta en la esquina de la habitación, apenas visible bajo el manto de sombras. La abrí con cuidado, revelando un pequeño compartimiento secreto. Dentro, había una manta vieja y una lámpara de aceite, suficiente para pasar la noche con un poco más de comodidad. Me envolví en la manta y encendí la lámpara, sintiendo cómo la calidez y la luz adicional me proporcionaban un alivio inesperado. A medida que la noche avanzaba, los susurros y ruidos extraños se desvanecieron, y finalmente pude conciliar el sueño, sabiendo que había encontrado un refugio seguro.






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2 comentarios:

  1. ¡Hola!
    Has creado un relato espectacular. Visual, pero sobre todo con una atmósfera taquicárdica, y mira que ser no soy muy asustadiza, pero los pelos de punta me los has provocado. Parece que no, pero cuando la mente no comprende cortocircuita y empieza a ver, imaginar historias que van a descontrol.
    Al final el protagonista tuvo suerte o no, que tanto susurro espeluzna y deja la puerta abierta a pensar: lo dejarán salir de ahí o aprovecharán que se siente seguro para que no se escape.
    Un abrazo.

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    1. Hola Irene,
      Muchas gracias por tu comentario. Precisamente en este relato puse especial atención en generar la atmósfera que mencionas. Cuando escribo este tipo de historias, me gusta saber lo que experimenta el lector, ya que no todos experimentan lo mismo, y me parece que eso enriquece aún más las historias, como si cobraran vida.

      Respecto a lo que comentas del final, en este caso, para mí es un final cerrado, ya que el protagonista consigue pasar la noche a salvo. Sin embargo, de vez en cuando me gusta, como dices, dejar la puerta abierta para que el lector imagine qué pasará con el protagonista.

      Un abrazo

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