El objeto Perdido

Suele ser normal en Oasis encontrar objetos olvidados por las calles: paraguas, relojes, libros, guantes, teléfonos o abrigos. En fin, todo lo que uno pueda extraviar se puede hallar con un poco de suerte, en la sección de objetos perdidos.

​La oficina se sitúa al norte, a unos pocos kilómetros de la zona de caravanas. Es un edificio viejo pero bien conservado, con grandes ventanales en la parte trasera. En la fachada, junto a una pequeña puerta negra, se alzan unos grandes portones de madera que, aunque parecen antiguos, han sido tratados para soportar las inclemencias del tiempo. En el interior, el olor a humedad impregna el aire e innumerables estanterías cubren las paredes. Y es que, a pesar de que corren tiempos aciagos, todavía es costumbre entre los habitantes de Oasis devolver lo ajeno.

***

​No era ni mediodía cuando Yuka se dio cuenta de que no tenía su gorro. Se asustó; sabía que no podía aparecer en casa sin él, ya que era especial. Un viejo loco le había dicho una vez que un halo de magia lo rodeaba y que, si caía en manos equivocadas, las consecuencias serían terribles. Ante tal tesitura, solo tenía una solución: ir en su busca.

​Se puso manos a la obra y recorrió cada lugar donde había estado: el ciber de la simpática Mila, la plaza de la torre de caravanas, la cantina de Dexter... Le llevó mucho tiempo, pues las distancias eran largas y sus pequeñas piernas no le permitían ir más rápido. Para colmo, empezó a llover. Tras un par de horas de búsqueda infructuosa, un pensamiento la asaltó: «¿Y si se ha perdido para siempre?».

​Resguardada bajo el soportal de la cantina, cuando la desesperación empezaba a vencerla, recordó la oficina de objetos perdidos. «Posiblemente alguien lo haya llevado allí», pensó. Con energías renovadas, puso rumbo al lugar.

​Al llegar, la lluvia concedió una tregua. Mientras se sacudía el barro de las botas ante la pequeña puerta derecha, un hombre enjuto de pelo cano se acercó y, amablemente, le indicó dónde buscar. Yuka recorrió un pasillo angosto mientras un penetrante olor a productos de limpieza le invadía las fosas nasales. Algo mareada, siguió las indicaciones hasta llegar a una gran sala. Las enormes estanterías la recibieron, imponentes y monstruosas, generándole una profunda desazón.

​Tras superar el impacto inicial, comenzó la búsqueda. Las horas se transcurrieron lentamente y la fatiga se marcó en su rostro hasta que, agotada, cayó de rodillas. Ya era de noche cuando la calma regresó a su mente y recordó las enseñanzas de aquel sabio: «Con entrenamiento y concentración, verás los objetos brillar».

​Poniéndolas en práctica, se concentró. Al cabo de unos segundos, distinguió una luz tenue en la estantería del cuarto pasillo. Se acercó con una mezcla de excitación y recelo y allí estaba: su ansiado gorro azul. Aliviada y feliz, se despidió del bedel y emprendió el camino a casa.



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