En ocasiones, en la vida, uno puede decidir no hacer nada y sentarse solo a esperar, resignándose a formar parte de la vida de forma indolente. Simplemente estar y nada más. Es entonces, cuando pueden pasar los días, las semanas, los años... Hasta que llega el momento en que, después de una larga espera, se decide abandonar esa indolencia y tomar cartas en el asunto. Es llegado este punto, es cuando se decide revertir la situación y salir a triunfar, ir a buscar oportunidades, descubriendo que en cada problema existe una ventana que lleva a la solución. Ver en cada desierto una ocasión para encontrar un oasis; ver que los pensamientos de cada noche son como un misterio a resolver; ver cada día como una nueva oportunidad de ser feliz y cumplir los sueños.
Y fue en aquel día cuando descubrí que mi único rival era mis propias debilidades, y que en mi poder residía en la estrategia para poder vencerlas; que la gloria está en la arena luchando y no sentado en el sofá esperando el devenir de los acontecimientos. Aprendí a dejar de temer a perder y empecé a temer a no ganar. Descubrí que no era yo el mejor y que quizás nunca lo fui. Me dejó de importar quién ganara o perdiera; descubriendo que lo que realmente importa, es simplemente empezar a ser mejor que ayer. Recordé que lo difícil no es llegar a la cima, sino una vez en ella, caer y retornar a los comienzos si soltar queja alguna. Aquel día dejé de ser un reflejo de mis escasos triunfos pasados y empecé a ser mi propia luz; dándome cuenta que de nada sirve ser luz si no vas a iluminar el camino de los demás. Ese día decidí cambiar tantas cosas... Empezando por asumir que los sueños están solamente para hacerse realidad. Desde aquel día ya no duermo para descansar... ahora simplemente duermo para soñar.