Ramón, es un soñador despierto, aunque en ocasiones también es un realista empedernido. Prefiere el silencio acogedor que brinda un buen libro, pero la algarabía de una fiesta tiene el poder de tentarlo y sacarlo de su zona de confort, hasta el punto de llegar a tomarse la ultima. Las mañanas no son mañanas sin su indispensable café. Sin embargo, en la calma de la noche el cuerpo le pide una infusión para cerrar la jornada con tranquilidad.
Aunque se encuentra rodeado de la última tecnología, tiene un apego nostálgico a lo analógico, como si los vinilos y las cámaras de carrete le recordaran un tiempo más feliz. Esa calidez del sonido de un vinilo girando bajo la aguja, el crujir de una página al pasar en un libro viejo, o el suave clic de una cámara de carrete, logran transportarlo, a un pasado donde la vida era más tranquila.
No le gustan las rutinas, porque siente que lo encadenan sumiéndolo en una monotonía que anula su esencia. La repetición diaria le pesa, como si cada día fuera una copia del anterior, drenando su creatividad y su espíritu aventurero. Sin embargo, en un rincón de su mente, comprende que esas mismas rutinas son las que le brindan la estabilidad que necesita, manteniéndose firme en medio del caos que rige su vida.
En cada decisión, en cada preferencia, la paradoja le se manifiesta, tejiendo una red compleja que define quien es. Donde encuentra a través de esa contradicción constante su esencia más pura y única, navegando entre extremos, encontrando en ese viaje interminable su verdad. Y es en esta dualidad donde se descubre a sí mismo, como una persona que abraza tanto el caos como el orden, encontrado su propósito en el constante balanceo entre lo antiguo y lo nuevo, entre la serenidad y la agitación, y en ese interminable vaivén, encuentra su camino y su identidad.