El Renacer de Juan

En una empresa situada en las afueras de la capital trabajaba Juan, un hombre confiado, seguro de si mismo, que transmitía una seguridad permitiéndole ser una red para los aquellos que se encontraban al su alrededor. Aunque no siempre fue así, el camino hacia esta confianza y seguridad fue largo, arduo, a la vez que desafiante. Durante su adolescencia, Juan era tímido y reservado, luchaba constantemente contra su autoestima. Un día de camino a casa, se encontró con un cartel que decía: "Se abre la matricula para el taller de teatro". Aunque era consciente de que hablar  en público no era lo suyo, decidió apuntarse. No tardó mucho en descubrir que el escenario era un lugar donde podía mostrar sus emociones, mejorar su manera de expresarse y superar su timidez. Poco a poco, sus habilidades de comunicación mejoraron, lo que le llevó a incrementar su confianza.  Luego de adquirir seguridad en sí mismo a través del teatro, llegó el momento de ir a la universidad. En este periodo, Juan concentró sus energías en los estudios, llegando así a graduarse con honores en administración de empresas, permitiéndole conseguir un trabajo en una empresa respetada.

En la actualidad, se podría decir que la vida de Juan iba según el guion establecido. Tenía amigos leales, estaba esperando un ascenso en la empresa, y su relación con Laura era idílica, ya que siempre se apoyaban el uno al otro, alentándose a perseguir sus sueños, crecer como personas y creer que la meta se podía alcanzar. Sin embargo, todo comenzó a cambiar en su vida, cuando le comunicaron que aquel ascenso con el que soñaba no iba a llegar. Que por cuatro votos a tres, el consejo de administración había decidido contratar a un hombre con mayor experiencia, el que sería su nuevo jefe, Carlos.

Juan, poco a poco se iba recuperando de tremenda desilusión, y como había hecho siempre a lo largo de su vida, decidió adaptarse a la nueva situación. Por su parte, Carlos, con su carisma y persuasión, se estaba ganando rápidamente el favor de muchos en la oficina, sobretodo  a través de fiestas de empresa, donde pretendía reforzar el sentimiento de pertenencia a la misma. Sin embargo, con el tiempo, Juan empezó a notar ciertas actitudes que le inquietaban. Compañeros que eran amables, se estaban convirtiendo en una especie de tiburones, que a la menor oportunidad machaban al que tenían al lado; el control de las entradas y las salidas se había vuelto más estricto; y el jefe le pedía de vez en cuando, que realizara horas extras, al principio con una compensación monetaria o dándole días libres, luego ya sin nada. Solo con la promesa de un ascenso que nunca llegaba. Además, Carlos empezaba a hacer comentarios despectivos sobre los compañeros de trabajo delante de él, intentando sembrar discordia y desconfianza. Poco a poco la empresa se iba transformando en una pecera llena de pirañas.

Con el tiempo, Juan comenzaba a sentirse frustrado y agotado, cuando llegaba a casa, dejaba la cartera en el armario, y se sentaba apático en el sofá cambiando de canal de una manera rítmica. A Laura le entristecía verlo de esa manera. Tenía que ayudarlo pero no sabía como. Una noche mientras cenaban, ella se decidió a sacar el tema.

—Cariño, he estado notando que no te sientes bien últimamente —dijo con voz suave—. Creo que hablar con un psicólogo puede ayudarte.  
 
Juan, alzó la cabeza sorprendido por la sugerencia, se quedó en silencio unos momentos, reflexionando. En realidad, llevaba rumiando la idea desde hace tiempo, pero no se atrevía a decírselo con el fin de no parecer débil. Finalmente, tomó aire y asintió lentamente.
 
—Tienes razón, Laura —dijo con voz temblorosa. —Tal vez sea hora de buscar ayuda, la situación me está escapando de las manos.

Ella lo miraba con cariño, agradecida por su apertura, y juntos comenzaron a buscar a un psicólogo que pudiera ofrecerle la ayuda que tanto necesitaba. Con esta nueva perspectiva, Juan había tomado la decisión de dar un giro de 180º a u vida.
 
Al cabo de unos días, el psicólogo le explicó que estaba siendo manipulado, y le enseñó a reconocer las tácticas que usaban esas personas: promesas vacías, aislamiento y desvalorización de los demás. Con estas cartas, y con una confianza renovada en si mismo, decidió enfrentar la situación en la que se encontraba sumido. A la mañana siguiente, con paso decidido y la carta de dimisión en el bolsillo, entró en el despacho de su jefe. Le dejó claro que no iba a aceptar más horas extras sin compensación y que no le consentiría que hablara mal de sus compañeros delante de él. Carlos, sorprendido por la firmeza de Juan, intentó llevarlo a su terreno nuevamente, pero esta vez Juan estaba preparado, y dejando su carta de dimisión encima de la mesa, se marchó del despacho dando un portazo.
 
Con su decisión firme y la satisfacción de haber enfrentado sus miedos, Juan sentía una liberación que no había experimentado en años. Laura, estaba esperándolo fuera del edificio, y llena de orgullo, lo recibió con un abrazo cálido.

—Hoy comienza una nueva etapa para nosotros —le susurró ella al oído, con una sonrisa radiante.
 
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