Hace frío y la noche ha
traído la serenidad de su silencio. La ciudad a quedado desierta, de
vez en cuando, un aire frío recorre las calles azotando las
persianas para colarse en los balcones de las casas de los que
pretenden dormir. No todo el mundo esta durmiendo, al final de la
avenida principal, hay una casa señorial que tiene pinta de llevar
mucho edificada. Malcom se para, escudriña su fachada descubriendo
que una de sus ventanas emite una tenue luz. Le da la sensación de
que es una ventana de esas que se colocan en los desvanes, pero está
lejos y lo la ve bien. Se va acercando y vislumbra una silueta de
una niña apoyada en el alfeizar. Un ruido le sobresalta, se gira, y
distingue entre la penumbra que una plancha de metal yace ahora en el
suelo. Mientras se recupera del sobresalto, vuelve a fijar la vista
en la ventana. La niña ha desaparecido.
Un escalofrío recorre el
cuerpo de Malcom que de repente no sabe que, pero algo raro presagia.
Sale corriendo por las calles de la ciudad hasta llegar enfrente de
una casa algo más nueva que la anterior. Se encuentra desorientado,
parece como si nunca hubiese estado en la ciudad, pero la verdad,
había nacido en ella. Si atreverse a mirar hacia atrás sigue
corriendo, cruza un lóbrego parque y a lo lejos divisa una tenue luz
que le resulta familiar. Sus presagios se han confirmado. Su hora ha
llegado.
Sigue siendo de noche,
cada vez hace más frío, otro escalofrío recorre su cuerpo. A lo
lejos entre los arboles, a contraluz, vuelve ha ver la silueta de la
niña. Malcom quiere correr pero sus músculos se han quedado
paralizados, quiere gritar pero se ha que dado mudo. Poco a poco la
niña se va acercando, va vestida de blanco y su cara desprende
ternura, él sabe que el fin se aproxima. Lo coge de la mano, y
después de andar unos metros, llegan hasta una puerta herrumbrosa
situada en el suelo, la niña dejándole atrás, le suelta la mano y
se adelanta para abrir la puerta. Un fuerte chirrido castigó los
oídos de su acompañante y girándose haciéndole una señal a
Malcom, le indicó que bajase por unas escaleras que se extendían ante ellos. Una vez que los dos
se habían perdido en la oscuridad, la puerta se cerró de golpe, dejando un
letrero al descubierto: “Bienvenido a tu tumba”
